¿Cómo se fabrica el protagonismo empresarial?
- cidem7
- 11 dic 2023
- 9 Min. de lectura
Adrián Carrizo, facilitador de tecnologías de gestión dirigidas a la búsqueda de la excelencia operacional en las empresas, desgrana su cartografía personal, académica y profesional y explica cómo hace jugar la realidad a su favor para, así, sostener el protagonismo empresarial cincelado durante tantos años.

“Todas Tus Acciones…Son Una Semilla…Que Tarde O Temprano…Darán Sus Frutos”. Es un epígrafe de un negro suntuoso, con un estilo caligráfico y con algo de relieve, que se encuentra fijado en el medio de una pared blanca que rutila. Es un obsequio familiar íntimo –¿acaso un don?– que se ubica en la "oficinita" hogareña de Carrizo y que consagra el arranque ritual de su independencia profesional, después de casi treinta y cinco años de trabajo ininterrumpidos en relación de dependencia. “Desde los quince años hasta los cuarenta y nueve, nunca paré de trabajar, no más de un mes. Salía de un laburo y entraba a otro”, sentencia. Así, con un sueldo regular asegurado, con condiciones laborales establecidas, con la prepotencia cansina de trabajo y con un círculo de contactos reservado a su entorno más inmediato, incursionó en el terreno laboral de la consultoría independiente. No fue algo sencillo, en particular, porque ocurrió en los albores del contexto pandémico mundial, no obstante, los frutos parecen, en ocasiones, caer a los pies, ah, cuando menos se los espera.
Carrizo nació en Florida, partido de Vicente López. Tiene cuatro hermanas. Cursó sus estudios primarios y secundarios en su localidad originaria. Casi siempre vivió con sus abuelos maternos, porque sus padres estaban separados. Estuvo con su madre hasta los seis años, cuando ella comenzó a trabajar y entonces él se tuvo que establecer en el hogar de su abuela. Con su padre, cuenta, “se veían poco y nada”. El vínculo paterno comenzó recién a gestarse alrededor de los doce años. “Para mí, mi viejo era mi abuelo” y “mi abuela fue como mi mamá”, explica. Porque Carrizo, si hay algo que tiene en claro, es que los abuelos están hechos de un acero inolvidable.
Las carreras, al igual que los legados, se pueden transmitir entre generaciones familiares, describe Kerr Inkson, profesor emérito de la Escuela de Negocios de la Universidad de Auckland, Nueva Zelanda. En ese sentido, el movimiento inaugural en la carrera de Carrizo se puede emplazar en el ejercicio del oficio de carnicero, que heredó de su núcleo familiar. Su abuelo era un artesano de la carne. “Cuando empecé el secundario y hasta los dieciocho años que me recibí, casi todas las tardes iba a la carnicería de mi abuelo, que tenía ahí en Villa Maipú, cerca de la cancha de Chacarita”. Si bien el despliegue de este primer oficio técnico podría parecer que, a priori, confronta con su desarrollo profesional actual en gestión, no es así, porque los opuestos, como en una Gestalt, se integran en él. Los saberes anatómicos exotizantes de los productos cárnicos (solomillo, falda, pescuezo, costillar, entraña, espinazo), las maniobras técnicas que extreman el rendimiento y desploman el desperdicio (preparación, desposte, despiece), pero, sobre todo, la atención, el asesoramiento y la empatía para con los clientes fueron elementos neurálgicos en el carnicero del pasado que se encallan en este consultor del presente. La matriz del sacrificio del trabajo que le transmitió su abuelo parece haberse fundido en el metal de su legado familiar.
Kerr Inkson afirma que una carrera se puede entender, entre otras metáforas, mediante una estructura de red, que incluye encuentros constantes con otros y desarrollo de relaciones sociales que, a la larga, posibilitan la inserción en sistemas y estructuras de mayor escala. En la Escuela Técnica Gral. Martín Miguel de Güemes, Carrizo no solo aprendió destrezas técnicas para poder realizar, por ejemplo, instalaciones o arreglos de electricidad, agua, luz en su propio hogar o en el de los suyos, sino que participó de una pasantía, de los quince a los dieciocho años, en una empresa que fabricaba surtidores electrónicos de nafta en Munro. “Empecé trabajando de tornero…después fui fresador, trabajé en control de calidad, en dibujo técnico, en armado de motores eléctricos, trabajé en la línea de producción, hicimos un proyecto con otros compañeros de la secundaria para generar un horno para hacer el secado de las plaquetas electrónicas”, describe. Es más, en ese trabajo se conectó con un “viejito”, fresador italiano, “muy tosco”, que le enseñó que el techo del mundo que conocía hasta aquel entonces estaba un poco más alto de lo que pensaba. “Ese es como uno de mis referentes, de mis primeros maestros”, apunta.

Lao-Tse, pensador chino, considerado el fundador del taoísmo, sostuvo que “un viaje de mil millas comienza con el primer paso”. Las primeras incursiones laborales de Carrizo en relación de dependencia, después de su paso por las pasantías del colegio, comenzaron a acreditar ese cúmulo novicio de fondos para un porvenir de intereses capitalizables. “El primer trabajo que tuve fue de cadete en una empresa, Mellor Goodwin, …que hacía calderas industriales en Florida”. En esa compañía, Carrizo participó de un centro de copiado. “Todo el día fotocopiando estaba, además, hacía correo interno”, explicita. Cuando concluye esa instancia laboral, accede a la empresa Ventalum y desempeña su primer trabajo técnico. “Era un laburo de oficina técnica donde llevaba los planos de las carroceras y…tenía que hacer un molde en chapa de cómo iba a ser la ventana para colectivos y micros de larga distancia”, explica. Estas experiencias de trabajo, si bien de corto plazo, fueron revistiendo el asfalto para el arribo de una actividad laboral significativa, y de largo aliento, en su vida.
Desde 1992 al 2017, es decir, durante veinticinco años, Carrizo trabajó en la empresa Apholos, dedicada al diseño y fabricación de avíos –elementos que se utilizan en indumentaria, como botones y placas para jeans, etiquetas metálicas identificatorias, etc.–. En esta compañía transitó y escaló por distintas posiciones jerárquicas, siempre asociadas a la producción: “pasé de asistente de programación a programador de producción, de programador de producción a jefe de programación, de jefe de programación a jefe de planta, de jefe de planta a gerente de planta y así fue como subí”, cuenta. Sin embargo, un recambio a nivel directivo en la firma implicó el ingreso de una persona externa que trastocó los engranajes de la línea de montaje hacia el ascenso vertical prístino de Carrizo: de gerente de planta pasó a ser gerente de calidad. Una mancha de vino dionisíaco para embriagar al orden racional apolíneo. Carrizo encontró dos opciones, cuando le cambiaron la pared en la que se encontraba apoyada la escalera por la que estaba ascendiendo: o renunciar, con más de quince años de planta o consolidarse en su nueva posición. “Dije, bueno, a cinco años quiero ser un referente…¿cómo puedo hacer para ser un excelente gerente de calidad? Lo que tengo que hacer es ponerme en contacto con alguien que sepa de mejora continua en Argentina”.
Se articuló, así, con la Sociedad Argentina Pro Mejoramiento Continuo (SAMECO). “Y ahí fue cuando empecé a entender que había un montón de cosas de mejora continua que dentro de la empresa no se hacían, porque empecé a tener un benchmarking de las demás empresas”. Con posterioridad, entabló vínculos con el Instituto de Tecnología Industrial (INTI), y, así, consiguió que Apholos ingresara al programa “Kaizen Tango”, una iniciativa orientada a asistir técnicamente a pymes de todo el país para optimizar sus procesos industriales y mejorar la calidad de sus servicios.
Inkson señala que una carrera es posible también concebirla desde un acercamiento económico en tanto recurso explotable para la creación de riqueza. Carrizo afirma al respecto que las búsquedas, en sus primeros años laborales, estuvieran signadas por la consecución cuasi empecinada de mejores condiciones económicas. En parte, porque, en su infancia, el pasar económico no había sido el más próspero, aunque tampoco había sido privativo. “Esto de tomar mate cocido con el pan medio duro en la casa de mi abuela [paterna]…no estaba mal…por ahí las expectativas eran otras…en ese momento, era lo que había”. Pero en la década menemista se producen dos movimientos sísmicos en el suelo familiar que desestabilizan la conducción económica de su trayectoria laboral. Por un lado, el nacimiento de su primera hija Camila, en el ’94, después de haberse casado en el ’93. “Me cambió la vida el pensar en otras responsabilidades”. Por otro lado, al poco tiempo del nacimiento de su segunda hija Candela, en el ’99, le diagnostican Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) a su primera mujer. “Se me cayó el mundo…ahí te das cuenta que…lo importante es ser feliz y vivir el momento…”. La salida consistió en la construcción de otra red, esta vez, de contención, para que la situación parase de llamear y que todo se sofocara mucho, como dice María Negroni acerca del dolor. Comprendió, con el tiempo, que la única forma de ayudar a otra persona era dejándose ayudar a él. Gracias a ello, en la actualidad, ella sigue con asistencia ambulatoria, después de más de veinte años de tratamiento médico. En la actualidad, Carrizo mantiene una relación excepcional con su primera esposa. Asimismo, ha formado una nueva familia con Paula, siendo ambos los orgullosos padres de los mellizos Sol y Tomás, quienes, con sus 6 años, infunden vitalidad a la familia y fortalecen los lazos afectivos. Carrizo además es abuelo de Bautista, Renata y Vigo.
Fred Kofman, considerado por muchos expertos como gurú de la gestión empresarial, en su libro Metamanagement, explica la diferencia entre víctimas y protagonistas mediante un experimento: si se dejara caer un libro al piso y se preguntara por qué cae el libro, ¿cuál sería la respuesta verdadera? La respuesta automática de muchas personas sería por la acción de la fuerza de gravedad, aunque otra respuesta, igual de válida, sería la abstención de soltarlo. El criterio para elegir entre dos opciones igualmente verdaderas es lo que distingue a la víctima del protagonista: mientras que la víctima se concentra en variables exógenas (circunstancias fuera de su control) (fuerza de gravedad), el protagonista se concentra en variables endógenas (acciones bajo su control) (abstención de soltar el libro).

Cuando Carrizo se encontró con la distinción entre el rol de víctima y el rol de protagonista, al asistir a un seminario a cargo de Fred Kofman en la ExpoManagement del 2004/05, no solo le “voló la cabeza”, sino que suscitó un cambio sintáctico en su carrera: dejó de marchar por la gramática de lo técnico (en los “fierros”, en la robótica, en la automatización), para aprehender las reglas y principios de la gestión. Pero si el tiempo se mide por el espacio, entonces, la ecuación fracasaba. Estudiar la Lic. en Administración en la Universidad de Buenos Aires (UBA) dejaba de ser una opción, a causa de las distancias geográficas. Así, la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) se hizo figura en su vida. Carrizo empezó a estudiar en 2010, a sus cuarenta años, con un “corazón joven”. “Me había capacitado un montón, pero quería tener un título. Y bueno, fui a la universidad…Yo fui el primer universitario egresado en la familia”. Pero se dio cuenta, al empezar a estudiar, que la experiencia académica no solo se circunscribía a los contenidos aprendidos, sino que se extendía a la sociabilización. De hecho, su estadía por la universidad parece apoyar la premisa de que la calidad de los resultados es directamente proporcional a la calidad de las relaciones interpersonales. “Esto de generar vínculos de compañerismo con gente que no era de mi edad hace que de alguna forma te aggiornes más a lo que está pasando ahora…y además sentí que muchas veces podía aportar cosas de mi experiencia que no estaban en nuestros equipos”, expresa.
Después de haber concluido sus estudios universitarios, Carrizo decidió continuar expandiendo sus alfabetos cognitivos y relacionales: realizó un curso de posgrado de mejora continua en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), hizo una especialización en mercados de capitales y financiamiento de pymes en la UNTREF, luego hizo un diplomado en industria 4.0 en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y, finalmente, encaró la Especialización en Gestión y Vinculación Tecnológica (GTEC) impulsada por el Centro de Innovación y Desarrollo de Empresas y Organizaciones (CIDEM) en UNTREF. Carrizo alega que se siente con la obligación espiritual y moral de aportar a la UNTREF y al CIDEM desde su posición, porque “me dieron lo que soy”. Y lo que Carrizo está siendo en este momento, se conecta también con su desarrollo como consultor independiente, acompañando a empresas en la generación de un camino fecundo para posibilitar la cultura de la mejora continua o, en otros términos, Kaizen (kai: cambio, zen: bueno). ¿Cómo hacemos para agregar más valor a nuestro trabajo? ¿Cómo hacemos para eliminar todo aquello que no agrega valor? Esas dos preguntas estructuran el sendero para ser más eficientes, en colaboración con la aplicación de herramientas de calidad específicas (5S, MPT, JIT, SMED, etc.).
“El arte está en todos lados”, suelta Carrizo. El arte lo ayuda –y mucho– en la búsqueda de la armonía, que no es ni más ni menos que un equilibrio de contrarios, como sostenía el filósofo griego presocrático, Heráclito de Éfeso. “Un lugar caótico no es armónico”. Por ejemplo, el método de las 5S, Seleccionar (S1: Seiri), Ordenar (S2: Seiton), Limpiar (S3: Seiso), Estandarizar (S4: Seiketsu) y Autodisciplina (S5: Shitsuke), permite organizar los lugares de trabajo, es decir, alcanzar la armonía. Carrizo señala que le gusta la fotografía, es más, tiene una cámara profesional y ganó algunos concursos. Ese ejercicio artístico entrenó su sensibilidad visual para intuir una ‘buena’ foto antes de captarla o, en el campo laboral, detectar la armonía (o el caos) en los procesos productivos. En el terreno de la música, Carrizo toca la batería. Es un instrumento que es rítmico. “Para mí, el ritmo está en todos lados”. Aún más, puede identificar una conexión estrecha entre productividad y ritmo: el takt time. El takt time es el ritmo de fabricación de los productos para responder a la demanda de los clientes. A fin de cuentas, como el árbol del ombú, que se sabe poco y nada de su crecimiento durante los primeros años, porque crece, en mutismo, hacia abajo, extendiendo, su estructura rizomática hasta lo más recóndito para, en cuestión de semanas, desarrollarse, triunfante, al mundo exterior, Carrizo no deja de ser el hacedor de innovaciones radicales para sí y para otros, puesto que, como aprendió en el pasado “Cuando vos sos protagonista, vos sos el generador del cambio, no importa lo que pasa en [el] entorno, vos podés tomar las decisiones y hacer las cosas”.

Yorumlar