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La innovación en disputa

  • cidem7
  • 19 abr 2024
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 20 may 2024

¿De qué hablamos cuando hablamos de innovación? En esta entrevista, el sociólogo e historiador Guillermo Santos desarrolla con agudeza las diferentes maneras de entenderla, habla del rol decisivo del Estado y de las universidades para impulsarla y de cómo se posiciona nuestro país en la materia.



¿Qué es la innovación exactamente? ¿Son robots en el lay out de una fábrica? ¿Inteligencias artificiales que hacen más eficiente el funcionamiento de determinadas áreas en las empresas? ¿Es un fenómeno estrictamente ligado a las nuevas tecnologías y a la producción? Rápido de reflejos, el sociólogo e historiador que se desempeña como docente en la Especialización en Gestión de la Tecnología y la Innovación de UNTREF, Guillermo Santos, echa por tierra cualquier noción de sentido común:


“La innovación se puede manifestar de muchas otras formas que no tienen que ver con un proceso productivo ni con un artefacto. Puede encarnar en un modelo de negocios nuevo, ciertas estrategias de marketing, en otra cultura empresarial o en el diseño aplicado a productos y servicios".


Desde la economía de la innovación, aclara el profesor, el concepto más conocido es que se trata de un proceso a través del cual se introducen ideas, productos, servicios y métodos nuevos que mejoran significativamente la competitividad de las empresas en el mercado.


Ahondando en esta "innovación sin artefactos", menciona como caso emblemático a la empresa de supermercados EKI Descuento, que apareció en nuestro país en los años noventa y fue una de las primeras en instalarse en la zona de Palermo Hollywood. "Lo que tenía de interesante era el cambio que había llevado adelante en su estructura interna, en la cultura", explica.


Santos cuenta que todos los que trabajaban en la parte de gestión de EKI eran jóvenes que habían tenido experiencia previa en empresas al estilo de McDonald's, porque buscaban gente que hubiese realizado un tipo de trabajo más horizontal, flexible, capaz de hacer varias cosas e ir rotando.


"Eran chicos que después organizaban sus salidas, así que llegaba un momento en que el gerente decía 'hoy viernes salimos a jugar al fútbol' y entonces la vida desde la empresa como organización excedía el límite horario por el cual uno estaba contratado. En la medida en que iban a jugar un partido o hacían un after hour, se hacían amigos y hasta se establecían noviazgos. Funcionaba como un club. La empresa fomentaba eso, no lo sancionaba, al contrario creían que el conocimiento circulaba de otra forma y de manera más eficiente porque los empleados se llevaban la empresa con ellos fuera de su horario laboral. Eso es lo que llamamos innovación organizativa, porque se generaba un impacto positivo en cuanto a la efectividad", resume.

La variable política


Sin embargo, este enfoque del mainstream académico, aún con sus variantes, para Santos tiene el defecto de limitarse solo a lo económico y esconder otras variables de peso: la política y la ideológica.  


En ese sentido, trae a la charla el caso de la empresa estatal ARSAT. “La empresa venía trabajando fuertemente en la construcción de satélites y de un sistema que integraba a la comunicación satelital a partir de un control del Estado argentino. En ese momento hubo un cambio en la dirección de la empresa que se puso a evaluar costos y para ella era mejor comprar afuera. Pero en realidad no se estaba dilapidando, se estaba invirtiendo más, en dinero y en tiempo, y el resultado era más amplio, mucho más profundo que comprar el artefacto y armarlo porque tenía que ver con conocimiento que se incorpora, que derrama en la sociedad”, grafica.


Por eso, en su mirada, él prefiere decir que la innovación es un proceso de cambio socio-técnico. “Es una definición metodológica que permite introducir el tema político, porque con eso puedo considerar que las tecnologías no son solamente herramientas, procesos u organizaciones que vienen a resolver problemas. Esta definición también nos habla de quién construye el problema y de las personas que tienen poder para resolver esos problemas”, asegura.


Santos se pregunta: ¿si existe un abanico de opciones, por qué se elige una y no otra? “No siempre la opción elegida es la más apropiada en términos sociales y de soberanía, a veces es la más eficiente en términos de los intereses creados en torno a una tecnología determinada o a una configuración de poder”, remarca.


En Argentina, sostiene, lo que habitualmente vemos es que el cambio lo empujan sectores socioeconómicos que tienen capacidad para decidir cuál es la mejor forma, la más eficiente o la que ahorra más. “Claro, se da en esos sectores y no en otros, entonces se pierde la integralidad del concepto. Ahí se deja de entender a la innovación como un sistema”, argumenta.



  

De vinculaciones y getecos


Dentro de ese sistema, al que algunos autores denominan Sistema Nacional de Innovación, hay dos espacios que involucran a las universidades públicas y que para Santos son centrales: las unidades de vinculación tecnológica (UVT) y las carreras de posgrado en gestión de la tecnología y la innovación (GTEC). Según su apreciación, son entornos fundamentales para impulsar la innovación y repensar sus alcances.


Santos conoce de cerca los casos de algunas unidades de vinculación tecnológica que tienen una aproximación diferente a la cuestión. Este abordaje guarda mucha relación con lo que propone el economista noruego Bengt-Åke Lundvall, quien planteaba al aprendizaje como principal motor del desarrollo innovativo.


“Surge de ahí una idea que trabajan estas UVTs que es la sociedad del aprendizaje, que consiste básicamente en una sociedad en la que el aprendizaje continuo es el eje para el crecimiento  personal, profesional y social. El proceso de adquirir conocimientos, habilidades y competencias no se circunscribe a la educación formal que imparte la universidad o un centro de formación profesional, se extiende a lo largo de toda la vida y se integra a todas las esferas de lo cotidiano”, continúa.


El especialista apunta que esto trasciende el concepto de las unidades de vinculación como meras instituciones encargadas de juntar una necesidad que viene de las empresas con una solución creada por los equipos de investigación.


“Están para generar sinergias con otras universidades, programas de investigación, el sector productivo, emprendedores, responsables de políticas públicas, cooperativas y organizaciones no gubernamentales y territoriales. Desde esta óptica, la unidad de vinculación no es únicamente un puente entre un sector y otro, sino que está en el corazón mismo del sistema de relaciones que genera procesos de innovación”, describe.


Santos insiste en que el conocimiento que posibilita el cambio socio-técnico no se cocina exclusivamente en los laboratorios o las gerencias de las empresas. “Surge de muchos actores distintos haciendo las cosas, en la propia práctica”, subraya. 


Como parte de esta trama, el sociólogo e historiador también se detiene en los GTEC y sus egresados (getecos). Para él, estos profesionales deben superar su rol de simples conectores y estar capacitados para dinamizar, articular e incluso reformular el Sistema Nacional de Innovación.



“Muchos GTEC han desaparecido o siguen con una formación tradicional, otros se reinventaron.  En el caso de la UNTREF, lo que buscamos es la construcción de un nuevo sujeto profesional, un sujeto híbrido que pueda entender cómo lo económico se vincula también con lo social y con lo político, algo que podemos sintetizar en la figura del ingeniero-sociólogo o del administrador-antropólogo”, ilustra.

 

La situación argentina y el papel del Estado


Santos recalca que muchas de las personas dedicadas a estos temas repiten como una letanía que en nuestro país la innovación escasea, pero asegura que esto no es así. “Hay suficiente material empírico y estudios de caso que hacemos en las universidades que dicen que en la Argentina se innova mucho. Puede pasar que esas novedades no se llegan a difundir, que no logran escalar o no se traducen en un impacto en el mercado, pero eso no significa que no haya innovación ni capacidades locales de cambio tecnológico”, desafía.


De acuerdo con Santos, esa vocación innovadora no solo se encuentra en las universidades o en las grandes empresas como Mercado Libre, Globant, Biosidus o Bioceres, puede aparecer también en las PyMES o en un taller de producción de pan en el barrio Rodrigo Bueno donde, por ejemplo, se usa inteligencia artificial.


“Creo que hay que estimular la innovación en los procesos de aprendizaje, eso me parece primordial: crear nuevos métodos que permitan aprendizajes más integrales y globalizados en cualquier ámbito de los sectores socio productivos”, suma.


En el plano empresarial, el entrevistado dice que hay dos campos que se perfilan muy bien. “Tenemos excelentes profesionales trabajando dentro de la biotecnología con todas sus aplicaciones en farmacia, botánica, producción agropecuaria y alimentos. Vivimos una época de irrupción de epidemias que no es accidental porque está relacionado con las transformaciones de los biomas y las transformaciones sociales que vienen de la mano de los cambios de hábito y de la marginalidad, donde la biotecnología tiene mucho para hacer. Y por supuesto también está todo lo relacionado a los sistemas de innovación basados en tecnologías digitales. No cabe la menor duda que vamos en esa dirección y que la Argentina dispone de recursos humanos de alto nivel en esas áreas para aprovechar y tener un mejor posicionamiento” 


Más allá de eso, Santos es cauto con lo que pueda pasar en el futuro. “Lo que siempre hay que preguntarse es quién se queda con ese conocimiento. Una parte esencial de la discusión es cómo apropiarse y distribuir aquello que produce la innovación, y es en esa instancia donde interviene el Estado. El Estado es el aspecto político de una relación que se genera en el marco del capitalismo. Un Sistema Nacional de Innovación no puede existir sin el Estado y sin la política pública para inversión. Las empresas por sí mismas no van a hacer nada porque se dirigen con una lógica de fines de lucro, para eso están. Si no las controlan se puede generar innovación como ocurre con las empresas de software y los jóvenes informáticos argentinos que les pagan en dólares, pero ese conocimiento no permanece acá, se termina yendo afuera”, evalúa.



 

 

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